Por Marianela Mayer
Por segunda vez consecutiva, la candidata de extrema derecha Marine Le Pen enfrentará a Emmanuel Macron en el balotaje en Francia, aunque cinco años más tarde la líder de Agrupación Nacional (AN) recortó drásticamente la distancia en los sondeos con el ahora presidente y su victoria ya no parece imposible en un país donde gran parte del electorado dejó de percibirla como un “peligro”.
Veinte años después de que su padre Jean-Marie Le Pen accediera sorpresivamente a la segunda vuelta y todos los partidos llamaran en bloque a votar por Jacques Chirac, el conocido como “frente republicano” no se reprodujo tras la primera vuelta electoral del pasado 10 de abril, en la que las tradicionales fuerzas de gobierno -el Partido Socialista del expresidente Francois Hollande y el conservador Los Republicanos del exmandatario Nicolas Sarkozy- sufrieron sus peores derrotas.
Sólo tres candidatos -ecologista, socialista y comunista- instaron a sus bases votar de forma explícita por Macron el próximo domingo, mientras que el aspirante de izquierda y tercero en la contienda Jean-Luc Mélenchon (21,95%) pidió “no dar ni un solo voto a Le Pen”, pero sin descartar el voto en blanco o la abstención como alternativas.
De hecho, a diferencia de las multitudinarias manifestaciones de 2002, solo unos 22.000 franceses participaron de la movilización convocada el pasado sábado contra la extrema derecha, que terminó haciéndose eco de mensajes a favor de la abstención y en repudio a ambos candidatos.
“No tenemos realmente elección, es un gran problema”, dijo a Télam Anne, una jubilada francesa, que duda en votar por primera vez a Le Pen pese a estar “impactada” por parte de sus propuestas.
“Incluso si voto en blanco, espero que ella gane”, sentenció la mujer, disgustada con Macron y sus cinco años de gobierno en los que, a su juicio, “no hizo mucho bien”.
Este rechazo hacia Macron está particularmente presente en el electorado de izquierda, disconforme con una gestión muchas veces tachada de liberal, que llevaría incluso a entre 15% y 30% -según las encuestas- de los votantes de Mélenchon a ignorar la consigna de su líder e inclinarse por Le Pen, pese a situarse en el otro extremo del arco político.
“Es el fruto de que ambos atraen a las clases populares y comparten ciertos aspectos de la sociología de sus electores”, explicó a Télam Anne Jadot, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Lorena.
“Como desde hace meses Le Pen se centra en el poder adquisitivo, hay gente que piensa que le irá mejor con ella presidenta que con Macron, que es percibido como el presidente de los ricos”, agregó.
El poder adquisitivo es la principal preocupación de los franceses, quienes sufrieron por el encarecimiento de los productos de la vida cotidiana y de la energía ante una inflación disparada primero por la pandemia y ahora por la guerra en Ucrania.
Pero si Le Pen es cada vez más votada por los franceses es también gracias a la culminación de un proceso de cambio de imagen, conocido como la “desdemonización”, que inició en 2011 al tomar las riendas del Frente Nacional (FN), el partido de su padre rebautizado hoy como AN.
Desde entonces, la líder de ultraderecha lo transformó en una fuerza capaz de competir en los comicios presidenciales, que le permitió pasar del 17,9% de votos en 2012 al 33,9% en el balotaje de 2017 y acceder una vez más a la segunda vuelta en 2022.
“Fue quitándose el lastre del FN de la época de su papá e incluyó una visión LGBTIQ+ más amigable, no hizo del rechazo al matrimonio igualitario una bandera y trató de conectar con sectores de la Francia profunda, precarizada económicamente y despreciada simbólicamente, que fue lo que expresó el movimiento de los chalecos amarillos”, dijo a Télam Pablo Stefanoni, autor del libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?.
Un proceso que profundizó en los últimos meses, en los que llevó adelante una campaña de cercanía con la gente, con un discurso más moderado y centrado en temas socioeconómicos, con el que pretende presentarse como la defensora de “los más vulnerables”.
“También jugó mucho con suavizar su imagen personal, con el relato de que comparte casa con una amiga tras su nueva separación, que es amante de los gatos…”, añadió Jadot.
La percepción menos radical de Le Pen se vio además favorecida por la irrupción en la campaña de una nueva figura de ultraderecha, el periodista Éric Zemmour, quien enarboló las temáticas de la inmigración y seguridad con una postura más virulenta y extrema, mientras ella hizo del poder adquisitivo su caballo de batalla electoral.
Este posicionamiento, por un lado, estratégico de su discurso y, por el otro, comparativo con Zemmour, le permitieron proyectar una imagen “más razonable” que da “menos miedo”, precisó la experta, quien también responsabilizó al Gobierno de Macron y a los conservadores por banalizar con sus posturas ciertos temas de la ultraderecha, como la inmigración o la identidad nacional.
A pesar de este “lavado de imagen” exitoso, los expertos consultados insistieron en que el programa defendido por Le Pen continúa siendo de extrema derecha.
“Eso no quita que provenga de un partido con una cultura política de extrema derecha, que sus alianzas internacionales sean de extrema derecha y que mantenga una serie de tópicos -moderados o no- de extrema derecha, como la idea de una ciudadanía organicista y étnica”, planteó Stefanoni.
No obstante, con el paso al balotaje y el foco mediático en su programa, Le Pen terminó distanciándose de algunas de sus propuestas más polémicas, como la prohibición del velo islámico en la vía pública o la convocatoria de un referendo para restaurar la pena de muerte.
Algo que para el especialista responde a una estrategia pragmática: “Se está jugando la posibilidad de ganar la elección y no duda en flexibilizar lo que haga falta”, estimó.
El proceso de “desdemonización” impulsado por Le Pen forma parte también de un fenómeno global, especialmente extendido en Europa, donde las fuerzas de extrema derecha se fueron normalizando en los últimos años e integran el sistema político.
“Están presentes en todos los países, incluso en los que parecían excepcionales como España o Portugal, y fueron aumentando su influencia electoral pero también en el debate público”, manifestó Stefanoni, quien consideró que el triunfo de Donald Trump en EEUU potenció su proyección.
Según explicó, estos partidos expresan el voto de inconformidad social, que se profundizó en la región desde la crisis financiera de 2008, y con el tiempo fueron ocupando espacios institucionales que les permitieron normalizar su discurso, que fue incluso tomado por otros partidos por razones de oportunismo político.
De momento, la ultraderecha solo logró acceder al poder en Polonia y Hungría, cuyos primeros ministros Mateusz Morawiecki y Viktor Orban, respectivamente, son aliados de Le Pen.
Resta ver si la líder de AN termina sumándose al club el próximo domingo.
Aunque en la última semana Macron logró aumentar la distancia en los sondeos con su rival, que pasó de seis a 13 puntos porcentuales, Jadot teme que esto termine jugándole en contra.
“Cuanto más elevada sea esa ventaja, menor será la sensación de riesgo de que la extrema derecha gane y mayor será la cantidad de electores de izquierda que no querrá movilizarse para votar a Macron”, advirtió la especialista, quien consideró que una victoria de Le Pen no es “imposible”.
Télam.